MANUEL MANRIQUE

 

 

Un joven sancarleño, nacido en ilustre cuna el 26 de abril de 1793, hijo de Don Juan Manrique, "Juez subdelegado de Justicia y Real Hacienda", y de Doña María Jesús Villegas y Salazar, perteneciente a la más conspicua sociedad de la histórica Villa de San Carlos de Austria, decidió, un día entre los días, seguir el llamado de la libertad que desde Caracas, el 19 de abril de 1810, habían lanzado los padres de la Patria. Desde entonces su vida se aureola de gloria. Es espléndida la dadivosidad de su juventud impoluta. Su esfuerzo generoso no conoce límite. Por entero se entregó a la más sublime de las causas, al más inmarcesible de los objetivos: la búsqueda de la Patria abatida y conculcada por siglos de interminable despotismo.

¡Qué bien intuía el adolescente prócer lo que los historiadores, desde siempre, habían asentado en todo tiempo y circunstancias: "El que lucha por la libertad, a la postre la consigue".

Y tras ella se fue. Cuando sólo cuenta 17 años, junto con sus  compañeros, sancarleños como él, Celedonio Sánchez, Teodoro y Miguel Figueredo, José Ramón Azpurrúa y otros, participa en la Expedición de Occidente contra Coro que comanda el general Francisco Rodríguez del Toro. Eran los años turbulentos de 1810 cuando se ponían los cimientos de la Patria con amalgamas amasadas con la sangre y el sudor de los hijos mártires de la Nación que nacía.

No descansa, no desfallece. Olvida que su propio padre representa a la autoridad real. No hay dudas ni escrúpulos en su mente pura y juvenil. Si para tener una Patria donde impere la libertad y la justicia hay que sobrepasar sobre los sacros sentimientos familiares, habrá que hacerlo. Porque ¿De qué vale haber nacido en tierra esclava? ¿De qué sirve vivir si no se tiene una Patria por la que luchar y a quien amar? Transcurrir una vida, ¿Qué sentido tendría si no se cuenta con lugar propio donde hacer el nido? Vence todas sus dudas, se sobrepone a los propios hados del lar familiar y dirige su brújula al norte de la libertad.

En 1811 está bajo las órdenes del Generalísimo Francisco de Miranda. Hasta 1813 luchará con él. ¡Cómo le observaría! ¡Cómo le estudiaría! Se fraguaba así para las grandes empresas que el destino le tenía reservado.

Manuel Manrique

Libro de Bautizo de Manuel Manrique

Busto de la Plaza Manuel Manrique

Presione aquí Presione aquí Presione aquí

Bolívar fulgura ya como el sol en su cenit y su luz envolvente, que no cegadora, le atraía como imán poderoso. En la segunda mitad del año 13 está al lado de El Libertador. Su corazón juvenil, valiente y generoso, ofreció al Héroe toda la capacidad de su latir. Allí, junto a él, sabía que la Patria tenía su arquitecto preciso. Por ello, no importaba que el destino fuera a veces hostil. Había que continuar. La justicia del objetivo propuesto atestiguaba que cualquier inconveniente, desgracia o pérdida, no era más que un estorbo en el sendero, una curva en la recta.

Allá, más allá, en los llanos sin límites que tanto conocía, en la umbría de los bosques de esmeralda, en el gélido rumor de las montañas, en el vaho de los ríos y cascadas, se iba por sobre todo, configurando la Patria, hermosa... ensoñadora...

Cae la primera República, una curva en la recta, y ausente El Libertador, se une al General Rafael Urdaneta y con él y sus hombres, se va a seguir haciendo Patria por los lados del Casanare. Por poco tiempo, pues esa Patria que se levantaba, le llama a Yagual y a Achaguas     ½; en 1816, donde bajo el mando del General Páez, gana estas batallas para engrandecer aún más la Patria objeto de su existencia.

En el año 1817, El Libertador, tras haber realizado Yacmell y los Cayos, regresa de Haití. Manrique, ya Coronel del Ejército Libertador y Jefe del Estado Mayor del Ejército del general José Antonio Páez, se llena de gozo. ¡Ha vuelto a brillar el sol! ¡Vuelve a la nave el timonel excelso! No hay ya que temer las tormentas ni el proceloso mar. Bolívar está allí para conjurar, para luchar, para vencer, para ganar.

Es el propio Libertador el que le comisiona para que se acerque, junto con el Coronel Vicente Parejo, ante Páez, y gestione la suprema autoridad de El Libertador en la gesta de la independencia. Esta delicada misión la cumple a cabalidad. Logra que el Centauro de los Llanos reconozca la supremacía de Bolívar y se llena de gozo cuando en enero de 1818, en el Hato de Cañafistola, presencia, turbado de intensa emoción, cómo se abrazan por vez primera Bolívar y Páez.

En 1819, en la Aldea de los Setenta, donde se decide la invasión de la Nueva Granada, lo encontramos, bajo la Presidencia de El Libertador, no obstante su juventud, formando parte de una asamblea memorable: Anzoátegui, Soublette, Briceño Méndez, Roocks, Rangel, Iribarren, Cruz Carrillo, Plaza y otros. En esa misma asamblea se le elige como segundo Jefe del Estado Mayor General de la Expedición que ha de libertar la Nueva Granada.

En adelante sólo triunfos conocerá este hombre ilustre de San Carlos. Aquellas fuerzas comandadas por Bolívar se llenarían de gloria en Gámeza, Pantano de Vargas y Boyacá. De todas estas Batallas le corresponderá a él redactar los partes. Magníficos documentos que analizados y estudiados hoy desde perspectivas históricas, semánticas y filológicas, nos demuestran el dominio que tuvo Manrique del lenguaje y de la amplia y sólida formación que hubo de tener en su niñez.

Libertada la Nueva Granada, tras el triunfo de Boyacá, regresa a las tierras que le vieron nacer. ¡Cómo latiría su corazón, cuando en la misma Villa de San Carlos de Austria, su cuna, se reunió con El Libertador y los más altos Jefes del mando supremo, para elaborar en la histórica mansión de la Blanquera, toda la estrategia y logística de la gloriosa Batalla de Carabobo.

El 24 de junio de 1821, le cabe el alto honor de luchar y triunfar en Carabobo y colmarse de gloria en esa lid que configuró definitivamente los entornos y límites de la Patria. No le bastó con cumplir con su deber como Jefe de la Primera Brigada de la Guardia, sino que caldo heroicamente el Coronel Ambrosio Plaza, le sustituye y toma el mando de la Tercera División del Ejército. ¡Cuánta gloria, cuánto heroísmo para quien sólo cuenta 28 años de edad!

No se detiene. Después de Carabobo, tozudas reliquias realistas, se enquistan en Puerto Cabello para tratar de impedir la consolidación de la Patria, hecho ya irreversible por decisión de los hijos de Venezuela. Hasta allí va, bajo las órdenes del General José Antonio Páez, quien le nombra Jefe nato de la Guardia y Comandante General de la Línea contra Puerto Cabello. De nuevo el Prócer joven se llena de gloria, al rechazar los ataques de Tomás Morales que torpedea sin cesar, lo que ya es un bastión imbatible.

La fortuna y la fama, que no abandonan a los justos y a los valientes, comenzaron a tejer las coronas de mirto y laurel con que se ciñen los héroes. Y cómo héroe, humilde las rechazó. Bien conoce el Héroe que las grandes acciones que los demás admiran, no son más que muestras del diario quehacer y del cumplimiento fiel del deber.

Pero no bastó su humildad y su desprendimiento. Es que la Patria honra siempre a los que se desviven por ella. El 29 de agosto de 1822, sólo cuenta 29 años, Páez se dirige al Vicepresidente de la República Francisco de Paula Santander para solicitar el ascenso al generalato del valiente y heroico soldado de la República. "Atendiendo a los méritos y servicios del Señor Coronel Manuel Manrique, además de la mucha antigüedad del actual empleo en que ha servido diversos e importantes destinos, siempre en campaña, con las consideraciones debidas a su buena conducta militar, en que ha dado pruebas de valor, aptitud y capacidad para un destino más elevado..."

Y por si fuera poco, El Libertador Simón Bolívar, desde la lejana Pasto, cuando realizaba la Campaña del Sur, se acuerda del joven valiente y escribe a Santander. "Manrique debe estar muy sentido conmigo porque hemos hecho muchos generales sin contar con él. Creo que se merece ser General tanto como otros de los que yo mismo he hecho. Le suplico a Ud., lo proponga al Congreso y que le diga a Manrique mi recomendación..."

¡Qué más gloria que el propio Libertador del Nuevo Mundo le proponga para general de los Ejércitos Libertadores!

Pero aún no ha concluido su carrera. Un diamante pulido y bellamente facetado espera aún su lugar en su corona de gloria.

Maracaibo ha caído en manos realistas. El sanguinario Morales pretende desde allí asolar, destruir y arruinar la Patria que tanta sangre ya ha derramado. El Poder Ejecutivo de la Gran Colombia busca un hombre que destruya al intruso que mancha con su crimen la ciudad y Plaza marabina. Y es el propio Ejecutivo el que fija sus ojos en el General heroico, ínclito, hijo de San Carlos. El 29 de enero de 1823 es nombrado Intendente y Comandante General del Departamento del Zulia. ¡Qué gran responsabilidad cae sobre sus jóvenes hombros! Sabía perfectamente cuál era su meta: destruir a Morales y extirpar para siempre las infectas reliquias, empeñadas sin razón en socavar los cimientos de la Patria, ya inconmovibles, ya indestructibles, ya eternos...

En Maracaibo se apresta a organizar el parque de la ciudad que el mismo ha arrebatado a Morales. Allí prepara a sus hombres, allí los anima a la victoria final, allí delinea las logísticas de la batalla postrera. Mil dificultades, incluyendo la escasez de alimentos, tendrá que sortear y vencer. Sabe que desde las costas de Santa Marta se desplaza la escuadra bajo el mando de Padilla que viene a unírsele para el triunfo definitivo. El 23 de junio de 1823 Santander escribe a El Libertador: "Estamos en vísperas de decidir la suerte de la Campaña de Maracaibo. Padilla forzó la Barra, se apoderó de la Laguna, recibió a su bordo la División de Manrique y se ha colocado entre la ciudad y la Barra para impedir la entrada de auxilios...

La suerte estaba echada. El 24 de julio de 1823 Manrique y Padilla ganan la Batalla Naval del Lago de Maracaibo. De nuevo la gloria coloca a su paso la corona de la Victoria que de nuevo rechaza, pues con esta batalla en forma concluyente y para siempre jamás, se pone fin a los siglos de dominio de despotismo hispano en tierras de Venezuela.

 ¿Qué más podría hacer? ¿Qué más podría entregarle a la Patria? Dispuesto estaba, incluso al sacrificio supremo, si éste le era solicitado. Desde 1810 había seguido el llamado' de la justicia y del honor. Ahora tenía una Patria. Ya no había enemigos en ella. Tocaba en este momento reconstruirla, hacerla, cicatrizar heridas, olvidar en lo posible la larga y trágica pesadilla de la guerra y tornar por ríos de aguas azules a los de sangre, que aún discurrían en abundancia.

Pero su cuerpo debilitado por el esfuerzo supremo, no tuvo tiempo de ver la nueva faz de la Patria a la que con tanto heroísmo habla entregado su vida. Su obra había sido fiel y escrupulosamente cumplida. La Patria le llamó desde el inicio de su conformación y hasta que no se gestó completamente, no dejó de luchar por ella. Podía morir tranquilo. El 30 de noviembre de 1823, a los 30 años de edad expiró. La Patria perdía uno de los hombres que más prometía para su futuro engrande­cimiento.

El 16 de diciembre, Santander informaba a El Libertador la trágica noticia: "El General Manrique ha muerto el 30 de noviembre de una pútrida terrible, ¿Qué haré yo sin jefe en el Zulia? El General Urdaneta, además de Senador queda gravemente enfermo y temo mucho siga la suerte de Nariño y Manrique". Su cuerpo fue enterrado con gran solemnidad en la hoy Catedral de Maracaibo, donde aún deben estar sus cenizas venerandas. En el año 1874 se decretaron para él los honores del Panteón Nacional, hecho que injustamente aún no se ha cumplido.

Fuente: Libro "El Prócer Manuel Manrique" de Manuel Barroso Alfaro

Página anterior

Página elaborada por Eudhen Perdomo [email protected]

San Carlos - Cojedes, Venezuela

Cojedes Virtual ©. Abril 2000 - 2003